Mi admirado Eliseo Diego supuestamente poco o nada tenía que ver con la pelota. A la pregunta de su deporte favorito, contestaba con la autoridad de lo que no se discute: «Montar en bicicleta», pero esta respuesta también encaja con su sutil y gozoso sentido del humor.

En las muchas entrevistas que le hicieron, los deportes en general, incluso en sus memorias de niño, en apariencia estaban ausentes. A una pregunta de su hija Fefé de si de joven le gustaban los deportes, pues le hablaba con frecuencia de Babe Ruth, le responde: No me gustaban mucho.

Yo nunca llegué a practicar mucho un deporte. Pero Babe Ruth sí me gustaba. Esa es una época romántica del deporte en los Estados Unidos, por las décadas 1920 y 1930. Babe Ruth era un hombre gordo, grande. No se cuidaba y hacía disparates, prometía locuras a los niños. Hay historias suyas que se han convertido en leyendas, como la del niño que estaba en un hospital y él le prometió dar dos jonrones en un juego y el niño se curó.

En correspondencia con Josefina de Diego sobre mis dudas de que su padre no era muy amante a las lides deportivas, me acota algunas aclaraciones.

Por ejemplo a él le gustaba el boxeo y lo veía, y era un admirador del toletero Armando Capiró, «papá decía que tenía un gran estilo». Y hay más, en su muy nutrida y sobre todo selectiva biblioteca, la cual ha sido organizada y estudiada de forma consagrada por Fefé, ella encontró varios libros sobre pelota. Refiere que «siempre he querido traducir la autobiografía de Babe Ruth. Recuerdo que cuando papá murió, encontré ese libro y se lo encuaderné y puse en su librero preferido».

Entre esos volúmenes catalogados por la mano filial se encuentran Lou Gehrig, Pride of the Yankees, de Paul Gallico; The year the Yankees lost the pennant, novela de Douglass Wallop; y The Babe Ruth story, el libro ya mencionado y que el Bambino publicara en colaboración con Bob Considine.

Tal vez le hubiera gustado tener, o quién sabe si lo leyó, Babe: The legend comes to life de Robert Creamer, quizás la mejor biografía que se ha escrito sobre Ruth.

No es de extrañar que el poeta, con una meritoria trayectoria como docente y traductor de inglés, y sobre todo como un entusiasta lector de obras en ese idioma, reuniera en sus estantes casi la mitad de sus títulos en la lengua de Robert Louis Stevenson y Virginia Woolf.

De lo escrito por Wallop en El año que los Yankees perdieron el banderín, el editor nos brinda esta sinopsis, de la que me permito una traducción libre: He aquí una novela sobre beisbol que nos llevará, como el fantasma de Fausto, a revivir la «bola de saliva». En cualquier caso, seas o no un fan del beisbol — tan solo desde lo que has escuchado de los New York Yankees y has aprendido, para seguir junto al resto de las personas y odiarlos por lo que son, un manojo de atletas perfectos quienes han cometido el pecado de ganar sin ruborizarse — tan solo como has oído de ellos en esa forma, entonces este es tu libro.

En otras palabras, no tienes que ser un fan como Joe Boyd, el personaje principal del libro de Mr. Wallop. Joe era un hombre que vivió la mas fútil de las vidas — ¡él vivía para los Senadores de Washington! —. Se fue poniendo gordo, poniendo calvo, y siguió así. Y todo por lo que él vivía era por los Senadores.

Eso fue hasta que el Mr. Applegate entro en su vida. Mr. Applegate con zapatos de silla de montar de color amarillo, camisas escandalosas, podía encender fósforos en su piel. De hecho, el era el Diablo de compañero. De todas formas, Joe Boyd vendió su alma al Mr. Applegate, en un optimismo básico —Joe no es un vendedor de bienes raíces por gusto— a cambio de ser convertido en el mejor outfielder de todos los tiempos. Cuando hace su debut en el terreno de los Senadores él comienza a irrumpir en la liga como dice el dicho, y los orgullosos Yankees comienzan a mirar detrás de ellos por primera vez en años.

Es, por supuesto, mucho más complicado de lo que le parece a Joe al principio. Esta una chica —maravillosa y traviesa—; está la otra vida de Joe, y la esposa; están sus compañeros de equipo y un problema moral tal como el que Salomón nunca soñó.

De hecho, está el Diablo a quien pagar. Están, también, los Yankees de New York, los Dodgers, los White Sox y el resto. Lo que viene de esto todo queda para que el lector lo descubra, suficiente es decir que casi todo viene.

Suficiente es también decir que es un ajustado, bien construido, cambiante, maravilloso y divertidísimo relato sobre el año más salvaje que nunca había pasado en el beisbol — el año que los Yankees perdieron el banderín. Es una historia para cada pelotero frustrado y para cada estudioso literario del tema de Fausto, para aquellos que están tentados por la forma de vida del Diablo, que odian a los Yankees, aman a los Senadores, no sienten pena por los Dodgers.

En My world and welcome to it, del escritor y humorista gráfico de corte satírico James Thurber, la dedicada «bibliotecaria» nos llama la atención sobre un pasaje, donde aparece la caricatura de dos hombres discutiendo y que dan pie al siguiente diálogo: El hombre a la izquierda aquí quizás solamente dejó caer la observación de que Joe DiMaggio es mejor jardinero central que lo que era Tris Speaker. O su amigo quizás observó que Gene Tunney pudo haber tumbado a Sam Langford en cinco rounds. O tal vez uno de nuestros polemistas observe que Thomas Wolfe fue un mejor escritor que Ring Lardner.

Eliseo_Diego
Eliseo Diego. FOTO: Tomada de cubaliteraria.cu

Ellos incluso podrían estar discutiendo sobre política o religión. En este país tú puedes hacer eso. Hay solo una cosa de la que podemos estar seguros sobre la que ellos no están discutiendo, pues ahí no hay dos lados del asunto — el asunto de los bonos y estampillas de Guerra de los Estados Unidos Estos dos hombres, como todos los hombres, saben que la libertad es una cosa preciosa que viene alto.

Ellos están de acuerdo que todo el mundo debe reunir lo más que pueda y luego un poco más, para ayudar a pagar por la libertad. Ellos saben que el slogan no debería ser «compra bonos y sellos», sino «sigue comprando bonos y sellos».

Solamente de esta forma podemos preservar el derecho a sentarnos en una mesa y gritar sobre cualquier asunto bajo el Sol. Ese derecho vale la pena de luchar. Es un país libre. Sigue comprando bonos para que siga así.

Al final James Thurber declara en una nota de autor: «Yo estoy por Speaker, Langford y Lardber. Grita tan alto como tú quieras». Eliseo al recordar el entusiasmo que desplegaba su querido Lezama cuando leía su poesía, por demás con fama de hermética, lo describía como si este estuviera convencido de lo contrario, «su impresión era que sus poemas parecían crónicas de deporte».