Puede que todavía hoy muchos descorran el velo de los recuerdos y lo detengan en el Coliseo de la Ciudad Deportiva aquel 9 de mayo de 1999, cuando faltando solo 42 segundos Roberto Carlos Herrera rompió el abrazo a 63 con Puerto Rico. Triple, cobro adicional de falta, y nuestros baloncestistas fueron fieles a su virtud histórica: férrea defensa, para perpetuar un marcador 67-63.

¿El desenlace? Tercer cetro en línea y cuarto y final hasta este minuto en la historia de certámenes Centrobásquet para nuestra legión (quizás la última de leyenda con Lázaro Borrell, Ángel Oscar Caballero, Roberto el Flecha Amaro, los hermanos Herrera y Judith Abreu, entre otros).

Desde entonces, y como ha sucedido con muchas otras disciplinas de conjunto, el baloncesto masculino cubano ha transitado por arenas movedizas de calidad y rendimiento.

Numerosas son las causas que hoy inciden en el declive, en esa famélica posición 45 del ranking mundial y 11 de América, con solo ocho puntos. No recuerdo ninguna otra nación capaz de alzarse con el bronce olímpico (Munich, 1972), que luego haya experimentado tamaño descenso.

Comencemos por varias realidades para intentar esclarecer algunas variables o causas del momento que vive nuestro baloncesto.

LSB Capitalinos VS Ciego de Ávila
El básquet cubano ha transitado por arenas movedizas.
FOTO: Hansel Leyva

La primera de ellas tiene que ver con los procesos de captación de talentos. Si bien después del fútbol y el béisbol, el baloncesto se perfila como la tercera disciplina colectiva más practicada y de cronograma competitivo más sólido —al menos así se constata en la capital y en otras provincias como Santiago de Cuba, Ciego de Ávila, Artemisa y Camagüey—, también es cierto que se le ha restado profundidad a la búsqueda de muchachos que reúnan condiciones.

Recalando en otro nivel, la Liga Superior de Baloncesto (LSB), nuestra competición doméstica, tiene techo limitado: Ocho elencos, calendario regular de 28 desafíos y reducidos únicamente a efectivos nacionales; en total disonancia no solo con las mejores competiciones del orbe, sino también con las más prestigiosas a este lado del Atlántico, o incluso en la región centrocaribeña.

Esta “claustrofobia” limita sobremanera la opción de nuestros jugadores a adquirir otras visiones y probarse en disímiles escenarios de rigor en aras de que luego, cuando la exigencia de las competiciones a nivel de selecciones nacionales se eleve, no se muestren vulnerables, con demasiadas fisuras.

En este sentido, resulta impostergable implementar la contratación de deportistas cubanos en el exterior, disposición que si bien se puso en vigor en septiembre de 2013, todavía no materializa dividendo alguno en el deporte ráfaga. La presencia de basquetbolistas antillanos en otros espacios, midiendo sus capacidades y nutriéndose de otras visiones y estilos de juego, se traduciría en recursos bien aprovechables, no exclusivamente en las preselecciones nacionales, sino también en cualquier otra instancia donde pudieran brillar.

Otro elemento que desde hace buen tiempo nos golpea está asociado a la talla y el peso corporal de nuestros jugadores. El perfectible estado físico se nota a la hora de enfrentar a otros elencos. Lo sufrimos en Pórtland, luego en el Mundial de Toronto 1994.  Salvo Jasiel Rivero y el indómito Javier Jústiz (2.10 m), muy pocos jugadores, ni siquiera los del elenco nacional, superan los dos metros, estatura que en este instante se antoja casi obligatoria para un escolta (defensa atacador).

En cuestión de técnicos y saberes, no se trata de cuestionar sus conocimientos, pero atraviesan una situación similar a la de los atletas. Su horizonte de estudios, variantes, sistemas de ataque y defensa, subyacen en el mismo entorno viciado de la Liga. La falta de intercambios sistemáticos y las endebles oportunidades para «beber de otras mieles», nos han distanciado de la contemporaneidad en el mundo de los encestes. Esto se ha podido constatar en partidos tensos jugados por nuestra armada, hacia los cierres del último cuarto, en tiempos extras, o durante la toma de decisiones en instantes climáticos.

Esta situación se extrapola con certeza casi total a los árbitros, vulnerables a la hora de decretar veredictos, con lagunas de conocimientos y, como consecuencia, deslices en sus juicios de imparcialidad.

Baloncesto Cubano. Capitalinos Vs. Ciego de Ávila
Los árbitros son vulnerables a la hora de decretar veredictos FOTO: Hansel Leyva Fanego

Las ideas antes expuestas pudieran parecer un rosario de vicisitudes, mas hay una realidad innegable tras todos los argumentos. El baloncesto masculino cubano está urgido de crecer, romper las barreras que lo continúan limitando, desterrar toda práctica negativa sea cual sea el escenario, y enfrascarse en aprehender y aprender. Solo así retornaríamos a esos años felices, la estatuilla de bronce de Munich 1972 y los vellocinos dorados de los Centrobásquet entre 1995-1999.