Un juego de béisbol es algo impredecible. Puede demorar dos horas, dos y media, o cinco. Y, para colmo, ahora en la Serie Nacional, esa demora no depende solo de los batazos y los brazos poco contundentes de los lanzadores.

Últimamente se ha unido algo más, algo que escapa a las inclemencias del tiempo, el descontrol o tres Grand Slam consecutivos. Este “algo” es, diré con riesgo a equivocarme, la cortesía. Y dentro de ella, el deber de saludar.

Sé de sobra que nuestro país se esfuerza por crear una sociedad educada e intachable, que la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales hace malabares para insertar sus mensajes de bien público en casi todos los horarios de la televisión y que sean vistos, pero la inclusión de los saludos formales dentro del juego de pelota…no me queda claro.

Y no hablo del “qué bolá mi hermano” que le podía decir Tabares a Pestano cuando llegaba a la caja de bateo, o el apretón de manos entre los tres integrantes de ese interesante triángulo receptor-bateador-umpire. Hablo de ese otro impuesto y que se ha hecho una moda.

Porque ahora hay que demorarse, también, en saludar a toda aquella persona que se siente en los palcos detrás del home, agregándole un más de retraso al inicio de una entrada, en tiempos donde se lucha por reducir la duración de los juegos.

Me dirán que no es lo mismo saludar a Barack Obama y a Raúl Castro, y lo voy a entender perfectamente: son jefes de estado, dignatarios, cabezas de nación. Pero señores, de ahí a tener que saludar hasta a Pepito Melcocha si se sienta en el VIP del estadio, va un tramo grande y molesto que incomoda hasta al más paciente, no solo de los aficionados, sino a jugadores y cuerpo técnico.

FOTO: Daniel Hernández y Abel Rojas
FOTO: Daniel Hernández y Abel Rojas

Ese ritual de salir de la cueva de uno en fondo a estrechar una mano y ver caras que de poco o nada van a servir para ayudar a nuestra pelota, como si fueran pioneritos y no profesionales, se antoja engorroso y la gente se lo siente, comenta, muestra su descontento. Además de los tres minutos que debería durar (en teoría) un cambio de entrada, súmele tres o cuatro más de aplatanada cortesía. Serán los siete minutos más largos de su vida, se lo aseguro.

Puede que en defensa del ceremonioso actuar alguien diga que existe un mecanismo para que eso no interfiera con el juego. Y de ser así, pido al teórico que lo explique, pues no he visto jamás que se haga un lanzamiento mientras la fila de hormigas anda estrechando manos y “oyendo consejos y saludos a tu mamá” en la parte de atrás. Porque señores, no puede haber de otra: he visto a personas ser saludadas dos veces de tres en una subserie.

¿Se imaginan que esto ocurriera en el fútbol, donde los invitados de honor se sientan en lo alto, en los palcos preferenciales al lado de los bares de los estadios? Piensen por un solo momento cómo sería el meneo de subir a todo un equipo de fútbol hacia allá arriba a decirle al Ministro de Hacienda “hola-como-le-va”, sin poderle decir que su plan de impuestos es una reverenda porquería…en el mejor de los casos.

No voy a entrar en ningún tipo de debate de índole política en este texto, escrito para una revista de corte deportivo, pero piense lector, piense, que usted está dirigiendo al equipo Industriales en la final del campeonato nacional y ganando 1×0 en un juego muy tenso. De pronto tiene que salirse de concentración a estrechar la mano del nuevo presidente del Consejo de la Administración Provincial recién electo, que está en el estadio seguro a regañadientes a esa hora de la noche…o de la calurosa tarde. Doble molestia. La suya, y la del pobre, que tal vez le va al eliminado Santiago de Cuba…vamos, que todo puede pasar.

Al fin y al cabo, por el bien del deporte, deberíamos ahorrarnos dos o tres cosas, a ver si no terminamos de matar a esa especie extinta que es el deporte nacional. Esta, anótenla en la lista, ahí al lado del cambio de estructura y las contrataciones en el extranjero, vamos a ver cuándo la resolvemos.