Recientemente he escuchado el término “pelota de manigua” para calificar algunas actitudes antideportivas protagonizadas por peloteros y directivos cubanos en diversos escenarios.

La primera vez que escuché este término fue en mi infancia. Mi padre me había llevado al estadio Sandino a ver un juego. No recuerdo ahora quiénes eran los equipos contrincantes; sí que, de pronto, comenzó una verdadera lluvia de batazos por uno y otro equipo. No hubo pitcher que aguantara aquella noche. El partido terminó con más de una decena de carreras para cada bando, marcador inusual en aquella pelota en la que los juegos casi siempre se decidían con escasas carreras y minúsculas diferencias.

-Esto es un juego de manigua -me dijo mi padre.

Cuando yo le pregunté qué significaba aquello, mi viejo me explicó que en la pelota que se jugaba en los campos casi siempre los dos equipos hacían muchas carreras.

Durante mi infancia y adolescencia, más de una vez fui testigo de algún juego de manigua, cuando íbamos a visitar a nuestros familiares y amigos de la zona de Mataguá.

La pelota de manigua tenía sus características que, efectivamente, propiciaban los marcadores abultados: lo primero era el terreno, también llamado “plan de pelota”. Este casi siempre se improvisaba sobre un área más o menos llana, pero donde eran frecuentes los baches y piedrecitas que, en el camino de un roletazo, podían provocar un error. Estos terrenos carecían de cercas en los jardines, así que cualquier conexión entre dos que no se pudiera cortar se convertía fácilmente en jonrón.

En la pelota de manigua muchas veces no hay cercas, ni árbitros, ni siquiera un terreno de béisbol formal. Foto: Oscar Alfonso Sosa.
En la pelota de manigua muchas veces no hay cercas, ni árbitros, ni siquiera un terreno de béisbol formal. Foto: Oscar Alfonso Sosa.

Lo otro eran los peloteros. Completar un “pitén” en el campo no era cosa fácil. La pelota de manigua se jugaba casi siempre a la dura, pero si era necesario se pactaba a la floja y muchas veces sin que los equipos completaran los nueve jugadores.

Si así era con la cantidad, podemos imaginar que la calidad solía ser muchas veces dispareja. Aunque ilustres figuras de nuestra pelota comenzaron su carrera en juegos de manigua.

Otra característica importante: en el juego de manigua se podía prescindir de arbitraje. Los mismos jugadores cantaban las jugadas y en caso de que estas fueran polémicas o cerradas se llegaba a un acuerdo entre los capitanes de los equipos, a veces consultando al público presente. Cuando el juego tenía determinado “interés”, se contrataba –ponina mediante- a algún vecino cuya condición de hombre justo y de conocedor de las reglas del juego lo avalaban para el oficio de árbitro. Este lo hacía colocándose detrás del lanzador y tenía la obligación de cantar los strikes, las bolas, los ponches, los outs y quietos en bases, los fouls

Los juegos de manigua eran verdaderos acontecimientos en los campos cubanos. Es que la pelota forma parte de nuestro folklor rural, desde el momento en que, a fines del siglo XIX, muchos de los peloteros de entonces se fueron a la manigua a luchar contra el colonialismo español. Peloteros mambises fueron Alfredo Arango, Leopoldo y Pedro Matos, Ricardo Cabaleiro, Carlos Maciá, los hermanos José Dolores y Manuel Amieva, Emilio Sabourín y Juan Manuel Patoriza, como refiere el doctor Félix Julio Alfonso en su libro Beisbol y nación en Cuba, publicado en el año 2014 por la Editorial Científico Técnica.

Completar los "pitenes" no siempre es cosa fácil en la pelota de manigua. Foto: Osacr Alfonso Sosa
Completar los «pitenes» no siempre es cosa fácil en la pelota de manigua. Foto: Osacr Alfonso Sosa

Casi siempre, el colofón de un juego de manigua era un banquete con lechón asado y una canturía de punto cubano. Pero pocas veces, muy pocas, los juegos de manigua terminaban con broncas.

La autoridad del árbitro era necesariamente respetada por todos. Por otra parte, los guajiros, por idiosincrasia, no son de soltar ofensas livianas ni de cometer fatuas agresiones.

Dos de los peloteros más disciplinados y caballerosos que han pisado el césped de un terreno de pelota cubano en las más de cincuenta series nacionales son Antonio Muñoz y Ariel Borrero.

Antonio Muñoz fue descubierto por Natilla Jiménez cuando jugaba pelota de manigua en las lomas del Escambray. Borrero no llegó al equipo Villa Clara procedente de una EIDE o una ESPA, era jugador de “quinta”, una variante beisbolera muy particular, con tres bases y cinco jugadores por bando, en su natal Santo Domingo.

La pelota de manigua, esa que quizás deba ser más estudiada e historiada por su carácter marginal y folklórico, es una expresión de ese juego galante que es el beisbol. Pero en ningún caso es justo asociarla con esas fanfarronadas e indisciplinas que denigran nuestro pasatiempo nacional.

Imagen cortesía de Oscar ALFONSO SOSA