El béisbol en Cuba está decrépito. Padece de sordera, lleva años ciego y ahora solo se comunica por notas oficiales, que por carecer, ni comunican. Y en ese modus operandis nacional, hay tanto de mediocridad, como de comodidad. Sus directivos lo saben, y de vez en cuando hacen cómo que actúan, para que algunos “crédulos” le hagan la corte. Uno que conoce esas sombras al dedillo, es el otrora torpedero villaclareño Eduardo Paret, quien se ha vestido recién, en el papel de kamikaze. Paret sabe que el béisbol en Villa Clara—en la Isla—no se remediará con su aporte desde el banquillo, pero se arriesgó, dice: “porque el pueblo se lo pidió”. Y el paracortos, es de sobra el pelotero más empático de su generación naranja.

La última vez que supe del mítico del dorsal 2, estaba peleando una cruzada personal con la enfermedad de su hijo mayor. Paret tenía la excusa que no quería, pero consiguió que por tres años no le molestaran más. Vladimir Hernández sería el conejillo de Indias ideal. Era la última opción para aquella comisión rimbombante que en su tiempo encabezó el ex árbitro César Valdés. Nadie más quiso aquel “encargo”. Hernández, lo sabía, y no le molestó. El sagüero hizo lo que todos. Se le perdonó un primer año, porque era un novato. Se le perdonó un segundo, porque fue semifinalista. Y se le cedió un tercero, porque la Comisión Nacional lo premió con la dirección del torneo de Holanda. Su ex compañero de equipo, Ariel Pestano, pujaba por el mismo puesto, con el plus de un subcampeonato Sub 23. Esa vez fue salvado por la campana.

La penúltima vez que supe de Paret, llegaba a destiempo para el retiro oficial de su ex colega Ariel Pestano. Todavía le dio tiempo de estrecharlo en un abrazo, y dar declaraciones a la televisión nacional. Llegaba de México, y sin quitarse el polvo del camino, hizo acto de presencia. No le gustan los anuncios. Saludó a todos, en voz baja. Entre México y Cuba, el torpedero hizo un puente. Al principio algo de béisbol activo, luego algo de enseñanza en las categorías menores. Así alternaba sus días, desde que en 2012 le dijo adiós a las Series Nacionales. La permanencia en aquel país, incluso, le llevó a que se le congelara varias veces el estipendio mensual que recibe como campeón olímpico en Cuba. La antepenúltima vez que supe de él,  estaba en eso, defendiendo lo que no tendría que defender: su salario. Exorcizaba entonces a los extremistas de la Comisión Nacional, que siempre han sido los mismos y siguen allí.

La apuesta es clara, atraer público, reuniendo a reconocidas figuras en los banquillos. Las que quedan. No obstante les ha ido mal. Pedro Luis Lazo no pudo en Pinar, Orestes Kindelán no pudo en Santiago, y Víctor Mesa no ha podido en ninguna parte. Esa tampoco es una solución, solo un breve experimento, para desviar la atención. Paret también sabe de experimentos y conejillos de indias. En 1997, lo separaron del equipo de Villa Clara, por una presunta llamada de Rolando Arrojo, su ex compañero de equipo. Todos los fanáticos del béisbol saben esa historia. Se le impuso un castigo por eso. Decían que se iba. Él asumió la sanción, e hizo lo que mejor hacía, lucirse en la pradera corta. Hace dos años, en Miami, Paret le decía al Nuevo Herald que “la pelota se puede acabar en Cuba”. Paret sabe. Dice que lo hace por el pueblo. El pueblo le está pidiendo un milagro, o un suicidio, quién sabe.